Por Nicolás Ovalle
Su historia
El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.
Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización.
El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.
Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por Papas anteriores y por Juan Pablo II mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.
Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.
Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa.
Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario y, más cercano a nosotros, al Padre Pío de Pietrelcina, que recientemente ha sido de canonizado. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: ¡Quien propaga el Rosario se salva! Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesuvio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.
Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».
¿Cómo rezamos el Rosario?
El Rosario está dividido en misterios. Cada día se reza un misterio distinto. En cada uno de los misterios contemplamos momentos de la vida de Jesús, siendo María siempre la fiel compañera.
Cada misterio consta de:
- 1 Padre Nuestro
- 10 Ave Marías
- 1 Gloria
Hay cuatro misterios:
Misterios Gozosos (Lunes y Sábado)
1. La Encarnación del Señor
2. La visita de María a su prima Isabel
3. El Nacimiento de Jesús en Belén
4. La Presentación de Jesús en el Templo
5. Jesús es hallado en el Templo
Misterios Dolorosos (Martes y Viernes)
1. La oración en el huerto de los Olivos
2. Jesús es atado a la Columna
3. La Coronación de Espinas
4. El camino al monte Calvario
5. La Crucifixión y muerte de Jesús
Misterios Gloriosos (Miércoles y Domingo)
1. La Resurrección de Jesús
2. La Ascensión de Jesús al Cielo
3. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés
4. La Asunción de la Virgen María al Cielo
5. María es coronada como Madre y Reina de todo lo creado
Misterios Luminosos (Jueves)
1. El Bautismo de Jesús en el Jordán
2. El milagro de las Bodas de Cana
3. La Transfiguración del Señor
4. El anuncio del Reino y la invitación a la Conversión
5. La última Cena
Si quieres ampliar la información sobre el rosario te recomendamos que visites los siguientes sitios:
www.santorosario.net/espanol/
www.santorosario.info
www.devocionario.com/maria/rosario_1.html
Fuente: extracto de Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae